Mostrando entradas con la etiqueta Alberto Ure. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alberto Ure. Mostrar todas las entradas

lunes, 12 de agosto de 2024

el actor debe benedecir cuando se pierde y no sabe qué hacer - Alberto Ure



El actor en la escena tuvo una conducta hacia ella pero ella, cuando lo recibe, no se pone en ningún rol y, a los tres segundos de no entrar en ningún rol, ya es tarde y, a los seis, es más tarde aún y, dentro de veinte segundos, chau, ya perdiste la oportunidad. Ella no se coloca en ningún lugar de la situación, ella está buscando un lugar seguro y no hay un lugar seguro. Ella tendría que ponerse en algún lugar, total siempre puede correrse. Si él dice: “Esto se terminó”, da la idea de que es una pareja, ergo ella debe agarrar ese lugar. Si el que ve la escena, o sea el público, percibe que ella no está en ningún lugar, hace pocas apuestas sobre ella y pasa a mirarlo a él. En cuanto al trabajo del actor, a partir de la mitad del ejercicio, él se coloca en la comicidad. Él, desde adentro de la actuación, dice: “Esto es cómico” (ya que oye las risas del público) y entonces empieza a mandar el género. Él, al principio, sostenía la actuación pero luego descubre el género y se vuelve al género, olvidando que, si yo me pliego a la comicidad desde adentro, el público no se ríe más. Cuando se hacen estos ejercicios, los actores tienden a armarse una historia y, aunque parezca mentira, armarse una historia debilita la actuación porque, cuando actuás, y prevés la historia, frenás los impulsos y tratás de darle una coherencia que siempre limita. No hay que ceder a la impresión de cómo es la escena. Seguir como colgado de la escena es mucho más atractivo. Es necesario mandarse a la escena en estado de cuelgue absoluto y dejar que la escena se defina sola, a través de los impulsos interactuantes de los actores y no a partir de una historia preconcebida.


Los malos actores procuran que la actuación “no los toque”, se resguardan de todas esas alteraciones y transformaciones de temperatura, ritmo, respiración, etcétera. Pero su coraza puede ser desarmable. Tienen un profundo temor a la transformación que les va a acontecer en escena y no quieren que se le cambie su armadura ni tener imágenes de “otro pasado”, y experimentan “miedo a no poder volver”. Saben que se enganchan en las escenas y que las pueden cortar a voluntad pero “temen no volver”, y todo esto se reduce al problema: terror a transformarse. Que se lo quite un médico, un neurólogo, un psiquiatra, ya que no es mi tema ni mi especialidad.
Si en la improvisación el actor crea un conflicto menor, se priva de abordar el conflicto mayor. No debe adelantarse a la narración. La narración funciona sola. Ergo, debe recibirla y ver cuándo crea impulsos. Y el actor debe bendecir cuando se pierde y no sabe qué hacer. En la improvisación que presenciamos, ella se adelanta a pensar cómo resolver algo. Piensen en lo que se les ocurra, pero no deben adelantarse a la narrativa y aprovechar la risa, porque quiere decir que viene algo bueno, interesante.
¿Por qué la actriz quebraba la acción? La situación trataba de un hombre que con frecuencia quedaba dormido, solo en el mundo (los hijos lo abandonan). Él se consideraba boleta (había defraudado a sus socios colombianos en el narcotráfico). Ella (empleada encargada de su cuidado) hacía algo laborioso: una traducción a los sentimientos que uno conoce: deber de cuidar al padre, deber de no defraudarlo, etc. Pero toda la otra amoralidad de la escena (viejo contrabandista que compraba y vendía ilegalmente) no la influenciaba. Su búsqueda y producción de un sentimiento interior no estaba en juego con la situación externa (los matones colombianos llegan para ejecutar al viejo y a ella misma, y no se perturba). Es como si ella se dijese “pase lo que pase me tiene que resbalar a nivel de otros conflictos que no quiero abordar”. Y la emoción que sí tuvo debe ponerla en juego con lo que pasa con los demás y no cerrarla a una cosa interna de sabiduría de los sentimientos. El sentimiento puede ser intenso y apreciable solo si está en relación con la escena. Ella se emocionaba pero no estaba en juego su vínculo con los demás: no oía lo que tocaban alrededor. Es como un músico sin retorno. Y su rechazo al hijo del viejo (Tomy) desorientaba, porque Tomy tiraba actuación de que ella había sido prostituta y ella no registraba aquello que no quería desarrollar, se enganchaba en un solo carril: “La cuidadora con moral del viejo enfermo”. Sería bueno que ella, que sostenía que el viejo deliraba por su enfermedad, en algún momento dudara de la enfermedad del viejo y tomara por ciertos los delitos que el viejo se adjudicaba.
Cuando el espectador sabe qué paso va a dar un actor, ese actor deja de atraerle.

Un actor tiene su oficio, sus actuaciones anteriores, las actuaciones que vio, su cara, su cuerpo, sus ojos. Y con eso suele haber construido algo que no favorece una actuación como la que busco sino para repetir partes deterioradas de estereotipos que le dificultarán alcanzar una actuación vital y original. A los que están con él les pasa lo mismo, y a mí también. Hay que buscar otra recombinación, la que manda el trabajo que se está haciendo, la que se depositó en la obra y la obra empieza a mandar por su cuenta. Si no se encuentra eso, empieza a imponerse el peor pasado, los lugares comunes más insoportables. Hay que crear otra zona. Lo que aquí se ha llamado el campo de ensayo, el encuadre, es la manifestación de esa zona.

martes, 9 de agosto de 2016

la actuación, a diferencia de la vida, busca no resolver el conflicto


El actor inmerso en una situación dramática no debe resolver el conflicto, no debe explicitar ni contar el cuento de adentro (el de su interior) porque, si no, pierde condensación y fuerza. Hay un nivel que no tiene que explicitar deliberadamente porque, si explicita su actuación, es mediocre. Un tipo que pasa por una situación confusa se enfrenta a algo que no había pensado y, si explicita, si dice: “Mirá, aquí hay un malentendido”, no solo cierra la situación dramática sino los canales por los que la atención del público permanece. La actuación, a diferencia de la vida, busca no resolver el conflicto. Debo entrenarme en no hacer explícito aquello que es perceptible, aquello que el espectador se da cuenta que pasa.

Cuando el actor piensa diferente a lo que dice textualmente, dan ganas de mirar. Entonces, en el espectador se genera una tensión (que también es atención) entre lo que ve del actor y lo que no ve y supone por su estado interior. El segundo pensamiento de la puesta escénica es toda la resonancia que se da a través del entrecruce de todos los signos escénicos. El actor no debe vaciar el tanque de impulsos de golpe porque en el vaciamiento ya no hay carga, y la carga tiene que ver con la contención. Tenés que proponerte que lo que te pasa adentro no es lo que te pasa afuera, no hacer afuera lo que te pasa adentro. Después, con el entrenamiento, sí te permitís sacar un poco afuera y seguir reprimiendo, volver a sacar, etcétera. En principio, no debes mostrar tus imágenes internas. Después, cuando tengas experiencia en esta habilidad, sí largás y mostrás algo de lo que te pasa, lo hacés explícito, obvio y volvés a reprimir. La clave de una actuación es otra resonancia distinta a la del texto dramático, es guardar lo que te pasa.

Alberto Ure - Ponete el antifaz
texto completo: http://franureclases.wixsite.com/albertoure/libros

imagen: Johannes Kahrs

domingo, 11 de octubre de 2015

el sí mismo arrasado


Pero hay algo, más general si se quiere, que los actores pueden empezar a replantearse y que tiene que ver con el estilo de actuación. Vale para todos. Siempre que un personaje habla, dice, lo hace contestando a una situación amenazante y elaborada, cuya gravedad ha percibido y a la que se refiere. Podría decirse que esa gravedad ya ha sido concientizada por el personaje, y lo que dice es la conclusión más terminante que le ofrece su lenguaje. La respuesta que busca de aquel al que se dirige es la que podría modificar la situación, está llevando las cosas a sus últimas instancias. Es decir que es fundamental que el actor defina lo que enfrenta, porque esa es su caja de resonancia. Si esa caja de resonancia es débil u opaca, sucede que las palabras se refieren a la tragedia, pero la actuación al naturalismo y al naturalismo “interior”.
Esto quizás se pueda aclarar más: todos los personajes reaccionan ante algo que es casi superior a sus resistencias psicológicas, ante algo que los obliga a decir más de lo que dirían, a pensar lo que nunca habrían querido pensar. Si hay una vuelta a lo “interior”, es para sorprenderse por la devastación que se ha producido dentro de ellos, por el sí mismo arrasado que encuentran, que casi no reconocen.

Alberto Ure, Ponete el antifaz
libro completo para descargar:

http://franureclases.wixsite.com/albertoure/libros

Imagen: Barbara Cole

viernes, 2 de octubre de 2015

AXOLOTL - Cristina Banegas

AXOLOTL
(Del náhuatl, “monstruo acuático” que habita en las profundidades. Salamandra. Anfibio caudado.)

Habrá que celebrar 45 años de teatro.

Habrá que hacer algo con todo ese tiempo de poner el cuerpo en la parrilla.

De salir a un escenario y que entonces ese cuerpo, éste, el mío, siempre incómodo, siempre sin poder instalarse, imprima, se tiña, sea atravesado por algo imaginario, ficcional que lo haga presente.

Que sea un personaje. Un fantasma.

Y que esa presencia a su vez atraviese el espacio infinito hasta el otro, el que mira en la oscuridad y le llegue y lo conmueva. Un salto imposible.

Habrá que celebrar este manojo de nada, este lugar absoluto que es el cuerpo, tantas veces expuesto. Tan invisible como el personaje. Ya no carne.

El Personaje como utopía del cuerpo. La única presencia.

La ficción como lo más real.

Que no sea sí mismo. Ningún sí mismo.

Cada vez despedazado. Deshecho. Y resucitado en otra construcción.

Y vuelto a reconfigurar en el próximo personaje.

Persistencia en cierto riesgo. Cierta intensidad extrema. Ese espacio, el escenario domina. Organiza. Condiciona todo lo demás.

Es decir, el resto del tiempo. Qué hacer con este cuerpo cuando no actúa. Cuando no está en ese extremo vértigo.

Dónde está cuando no está. 

En ningún otro lugar. Como la contra escena exacta de la ficción.

De la correntada.

Qué hago cuando no actúo.

Axolotl.

Vivir con la sensación permanente de estar fuera de lugar.

Por eso, sumergida en el fondo.

Esperando el momento del camarín. De la otra luz.

Ropitas. Ropajes. Semblante.

Escenarios demasiado inclinados. Abismo.

El público. La oscuridad. La bestia.

Y pegar, pegar sin parar. Demoler al público.

Demolerlo.

Actuar como si actuar fuera una venganza.

Cristina Banegas (Septiembre de 2012)

domingo, 13 de septiembre de 2015

todo lo que acontece, es



En la actuación debo mandarme en estado de pureza para entrar, como dice Hopkins, “absolutamente en blanco”. Pero, al segundo, no debo estar más en blanco y ver qué pasa. La actuación me mandará a algo para recuperar la potencia ingenua de los datos.
Cuando empiezo a actuar (el proceso de mis pensamientos, percepciones y emociones personales, pasa a un segundo plano), me cambia de tal modo el ritmo cardíaco que, si esta alteración la tuviese fuera de la escena, llamaría a un médico. Cambia la percepción, se ven otros colores, se percibe otra sensación del tiempo (lo que duró treinta minutos me parecen tres y también a la inversa), se tiene una percepción del otro distinta de la que se tendría en la vida social. En una improvisación es frecuente descubrir aspectos secretos de la otra persona: percibimos del otro ciertos sucesos que le acontecieron en su vida social (que fuera de la escena no se descubrirían ni remotamente).
Vista desde el actor, la actuación no es un “como si”, es acción pura. Por supuesto que no hay un arma real, pero el actor no se dice: “Hago como que disparo” sino que “dispara”. De modo que el actor no se dice: “Esto es como si”, entra en otro sistema: “Todo lo que acontece, es”.

Alberto Ure, Ponete el antifaz
libro completo para descargar:
http://docs.wixstatic.com/ugd/22f6bf_a9f411ca46994e3c9756d9634924d590.pdf

imagen: Sebastian Bieniek