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lunes, 8 de abril de 2013

una inmortalidad que dura apenas lo que dura el mundo

Gustav Klimt, La vie et la mort, Huile sur toile, 178x198cm, 1916

Y yo llegué de noche a mi departamento después de acciones repulsivas, de camas infames y de cópulas con intelectuales corrompidas, borracho y semiloco de miedo a morirme sin haber vuelto a leer Sandokán y puteando a Dios y al género humano por puercos, y feos, y decepcionantes, pensando que todo lo que nace debiera ser inmortal, o no haber nacido, abjurando, como quien comete adulterio, de una inmortalidad que dura apenas lo que dura el mundo y ni un solo día más allá del juicio final o de la guerra atómica, llorando de risa por mí y por todos los cretinos hijos de perra que llaman belleza a lo que no es sino un estado, un minuto grotesco de un proceso de descomposición, haciéndome pis, en la figura del árbol de la puerta de mi casa, sobre la cabeza de todos los que escriben libros y pintan cuadros y componen sinfonías, y aman a una mujer, y suben las escaleras hacia sus departamentos dispuestos por una vez a acabar dignamente este asunto. Basta de papelerío. Al fuego con todo y uno por la ventana al medio del patio del vecino. Y sin embargo, no. Porque yo encendía la luz de mi pieza, Virginia, y ahora que lo escribo ya no sé si esto lo inventé o fue cierto, y te encontraba a vos; en cualquier parte. Sentada en cuclillas una noche, debajo de la mesa: recibiéndome sorpresivamente con un ladrido que por poco no me hace saltar realmente por la ventana, o escribiéndome una carta, acostada boca abajo en la cama. Una de aquellas cartas que luego nunca se atrevía a mostrarme, por su letra infantil y sus electrizantes faltas de ortografía. Y yo, en la historia, me reía entonces. Y uno, mientras está vivo y ama y tiene ideas, es inmortal, qué joder. Y mientras corre a una muchacha por la pieza para quitarle una carta, y ladra, o muge, y le recita el monólogo de Hamlet envuelto en una sábana o cantan juntos la Marcha de San Lorenzo hasta que viene la señora Magdalena a preguntar si uno se ha vuelto loco, uno es Dios.

Abelardo Castillo, Los Ritos (Cuentos Crueles)

lunes, 2 de julio de 2012

un cuento cruel


La crueldad tiene un corazón humano y los celos un rostro humano; el terror tiene la divina forma humana y el misterio tiene el vestido del hombre.

William Blake


Capítulo para Laucha

La noté rara, o diría: ansiosa. Como quien teme algo, algún acontecimiento desagradable que, de todos modos, va a sobrevenir. Le pregunté qué le pasaba. Con agresevididad dijo que no le pasaba nada. Altanera, pensé; como siempre. Doña Isabel mientras tanto hablaba con alegría, mirándome como a un resucitado y diciendo "la nena" cada vez que nombraba a Laura, recordándome cosas de cuando éramos chicos, cosas que yo no recordaba, y otras que sí, pero que me hubiera gustado no recordar. Laura miró una vez más el reloj, aquel enfático reloj de pared, su rococó apócrifo, labrado en cedro; reloj que tenía una historia que he olvidado, donde había una abuela italiana, la guerra, un casamiento. Cuando tu madre se fue y te enfermaste, estaba diciendo ahora doña Isabel, las noches que pasé en vela, cuidándote. Se acuerdan de cuando jugaban a los novios, preguntó de golpe, y yo pensé quién me habrá mandado venir.