miércoles, 15 de julio de 2015

Ifigenia no debe morir - El arte del presente, conversaciones con Ariana Mnouchkine


En el teatro, hay una parte de brujería: en cada uno de los intérpretes sube solapadamente esa parte de Orestes, de Clitemnestra, de Agamenón que cada uno lleva consigo. Y si tienen la energía suficiente para creer en lo increíble, si sus cuerpos cobraron la forma de otro, entonces empieza a ser muy peligroso para todo el mundo estar cerca de esos monstruos. Y si no tenemos miedo, cuando Clitemnestra reclama y suplica a Agamenón que no mate a Ifigenia, si no creemos en ningún momento que Agamenón puede llegar a doblegarse, si no conservamos esa esperanza hasta último momento, si no nos creemos eso, entonces no hay teatro. A menudo, antes de la función, nos decimos: "Esta noche Ifigenia no debe morir."

- ¿Le da miedo la muerte?

- Por las personas que quiero, sí, terriblemente. Tengo miedo al sufrimiento y a la separación. Tengo un miedo espantoso a la muerte de los demás. No quiero ni siquiera imaginármela. Por egoísmo, sin duda... Pero no de la mía. Me da incluso cierta curiosidad. Sólo espero que no duela demasiado. Como todo el mundo, quisiera una muerte que no me duela demasiado. No me gustaría morirme de vieja sino de cansancio, de agotamiento. Morir de haber hecho demasiadas cosas. Y de haberlas hecho bien.

I would rather be ashes than dust!
I would rather that my spark should burn out
in a brilliant blaze than I should be  by dry-rot.
I would rather be a superb meteor, every atom
of me in magnificent glow, than a sleepy and permanent planet
The function of man is to live, not to exist.
I shall not waste my days trying to prolong them
I shall use my time.

JACK LONDON

EL ARTE DEL PRESENTE
Ariane Mnouchkine
Conversaciones con Fabienne Pascaud




imágenes: Rocco Romanno

1 comentario:

  1. del blog amigo
    http://loescriboportubien.blogspot.com.ar/2013/03/ariane-mnouchkine-sobre-el-teatro.html

    Ariane Mnouchkine sobre el teatro:

    Uno nunca puede considerarse un ser definitivo, sobre todo haciendo teatro, porque es el arte de lo impermanente.

    En principio, si conservan la infancia, la ingenuidad, los actores no mienten. Digo ingenuidad no estupidez. No confundirlas. Ingenuo es el que nace a cada instante. Los verdaderos actores viven el instante y no hacen trampas. A la larga, su actuación se vuelve tan transparente que es la vida misma. Después de todo, actuar no es hacer trampas.

    ¿Las buenas ideas? ¡Aplastan todo, son pesadas! Una buena idea seduce media hora, después uno se da cuenta de que es un mueble incongruente en medio del escenario, que está estorbando. Braque dijo: “Cuando empiezo a pintar tengo la sensación de que mi cuadro está del otro lado. Sólo que recubierto por un polvo blanco: la tela. Basta con desempolvarlo. Tengo un cepillito para sacar el azul, otro para el verde y otro el amarillo: mis pinceles. Cuando todo queda limpio el cuadro está terminado”.

    Buscar un personaje con un actor es, en primer lugar, alimentar la esperanza de que el personaje está en el actor, o que por lo menos exista en el actor el lugar para ese personaje. Y después dejarlo venir. Limpiar para que emerja.

    Un verdadero dramaturgo es una persona que sabe que las palabras son acciones y no comentarios.

    Por definición el teatro, el arte, es transposición o transfiguración. Un pintor pinta una manzana pintada, no una manzana. Hay que hacer aparecer la manzana. Una aparición. El escenario es un espacio de apariciones.

    “Los personajes pertenecen a aquellos que los mejoran”. (Brecht)

    El trabajo colectivo no es la censura colectiva. Cuando discutimos sobre una idea tenemos que evitar que sea atacada por tres o cuatro antes de que haya sido totalmente expresada. Probamos las ideas más locas de algunos actores. Nunca las aplastamos en el cascarón. Después, hay que dejar que avancen los que avanzan, que aparezcan los que traen la luz, los que yo llamo “locomotoras”. El trabajo colectivo es todo menos un trabajo igualitario. Están los que conducen, los que inventan, desde cualquier punto de vista, y los que son menos experimentados, o están menos entrenados, y que siguen, pero que también son indispensables.

    Yo leo muchas cosas, ¿sabe? Y después me olvido. Es casi como un método de trabajo. Como si uno tuviese que olvidarse, ser ingrato con sus “predecesores”, para tener libertad. La gratitud viene después. Cuando ya no se tiene más miedo.

    Cuando siento pulsiones de consumo, de necesidades materiales, sé que son pulsiones todavía infantiles. Cuando ya no los tengo, siento que algo en mí maduró…

    El público es aquel a quien siempre debemos escuchar, pero nunca obedecer. En las asambleas generales de Aviñón, alguien citó una frase de Jean Vilar: “Se trata de imponer al público lo que éste desea oscuramente”.

    Los artistas, en particular, no están para aceptar el mundo. Están para revelarlo.

    Hay que animarse a parecer tonto en escena, para ser verdadero.

    No deben atiborrarme ni de palabras, ni de imágenes, ni de utilería ni de muebles. Nunca me voy a olvidar de la reflexión de una niñita en Noche de Reyes: “Ah, qué suerte que en este teatro no hay muebles. Cuando no hay muebles los actores se ven bien”.

    Pero lo esencial para el actor tal vez sea más simple aún. Estar en el presente, renunciar a todo lo que anticipó, para atrapar en una escena todo lo que pasa. En un instante. Para el actor y su personaje existe una vida anterior, pero no hay pasado psicológico y no existe un futuro previsible. Sólo el presente, el acto presente. El teatro es el arte del presente.

    (Fragmentos de "El arte del presente"; Conversaciones entre Ariane Mnouchkine y Fabienne Pascaud)

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