El cine, en cambio, es un medio de avasallamiento. (...) Ninguna otra forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente al receptor en la víctima manipulada de su creador. Este poder requiere responsabilidad. ¿Quién asume esta responsabilidad? ¿Surge la fundada desconfianza de aceptar el cine como forma artística de esta responsabilidad tan frecuentemente no asumida? ¿La manipulación no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad y el respeto ante el TÚ del receptor una condición básica para poder hablar de arte en general?
Lejos de mí está intentar definir los requisitos para el Arte, ni siquiera quiero limitar sus fronteras. Pero pienso que, además de la correspondencia
entre forma y contenido, indispensable para cualquier tipo de arte, la capacidad
de diálogo es y tiene que ser una característica igualmente
indispensable de la producción artística; esto es el respeto por la autonomía
del otro. Los artistas que no toman a su socio- es decir el receptor de su obra- en serio, de la
misma forma en que ellos mismos quieren ser tomados, no tienen un interés real
en el diálogo.
Demasiadas veces el cine ha traicionado esa regla básica interhumana,
que precisamente es también una regla básica de la producción artística.
La manipulación sirve para muchos fines, no solo políticos. También
atontando a la gente uno se puede hacer rico.
discurso completo:
Es hermoso y difícil ser premiado. El porqué es hermoso no necesito
explicarlo: a todos nos encanta una muestra de reconocimiento. Es
difícil, y se hace más difícil con el peso del reconocimiento, porque el
premiado se pregunta ¿por qué yo y no uno de los muchos otros que han
hecho lo mismo e incluso más en el mismo campo? Y la búsqueda de la
razón queda forzosamente sin resultado, porque las decisiones de los
jurados y los golpes similares de fortuna o infortunio tienen raíces
indescifrables.
Si se me permite recibir este premio tan respetable y cargado de
prestigio en España, me pregunto: ¿qué has hecho tú por España, o tal
vez por Asturias, para que sean tan amables contigo?
Salvo que se me concedió, gracias a la invitación de Gerard Mortier,
poner en escena Cosi fan tutte de Mozart en el Teatro Real de Madrid,
nada de nada.
Nunca había estado aquí antes, más bien había sido obsequiado por este
país desde lejos, a través de su literatura, sus películas, su música,
sus pintores.
Cuando –estando por primera vez en Madrid con motivo de la puesta en
escena de la ópera– entré en el Prado en la sala con las Pinturas negras
de Goya, esto supuso una conmoción que, probablemente, nunca olvidaré.
Empecé realmente a temblar y tenía dificultad para mantenerme en pie.
Rápidamente salí de la sala porque no lo aguantaba. Pero tenía que
volver. Cada vez que mi trabajo en el Teatro Real me lo permitía,
regresaba para exponerme a las sensaciones que esta obra provoca en mí.
Creo que esta experiencia con el arte, que me ha conmovido con una
vehemencia para mí casi desconocida, puede ser una hermosa ocasión para
hablar de aquello por lo que hoy estoy aquí como premiado en la
categoría de las Artes: las posibilidades de influencia existentes o
inexistentes de la creación artística o cinematográfica contemporánea.
Y eso que ni siquiera se puede dar por seguro que mi propio campo de
trabajo, el cine, se pueda considerar arte. Desde su invención a
principios del siglo pasado, el carácter de feria de la mayor parte de
su producción ha hecho todo para impedirlo.
Debido a su particularidad de ser la más cara de todas las producciones
artísticas y, a la vez, la más efímera y dependiente del mercado, el
cine se encuentra en una situación de tensión especial. El primer
cometido de cualquier película es encontrar un público lo más amplio
posible para así cubrir al menos sus costes de producción y asegurar la
posibilidad de seguir trabajando de forma continuada. Los errores, al
igual que en otros sectores económicos, no son tolerables: el que los
cometa repetidas veces, difícilmente tendrá la oportunidad de seguir
trabajando. A ello se añade como agravante la competencia de los medios
de comunicación de masas que con su trivialización de los criterios
estéticos y de contenido, forzada por la dependencia del índice de
audiencia, no representan precisamente una escuela audiovisual compleja
para el público potencial del cine.
En Europa, la dependencia del mercado está solo aparentemente
amortiguada por las subvenciones. En efecto, en nuestro continente es
más fácil para el director de cine cometer errores sin que esto
signifique inmediatamente la paralización de su trabajo en el futuro.
Pero en comparación con la abierta dictadura del mercado estadounidense,
en la que el éxito de una película se mide exclusivamente en dinero
contante, la influencia sobre la producción cinematográfica de las
cadenas de televisión, que en Europa participan decisivamente en la
financiación, es un mal solo insignificantemente menor.
El cine cuenta con un atributo propio: es mucho más joven que todas las
demás formas artísticas, así que espero que tenga sus mejores tiempos
aún por delante. Pero a pesar de esta juventud se ha hecho culpable como
casi ninguna otra forma de expresión artística. Ni la literatura, ni el
teatro han conseguido alejarse tanto de su propia vocación. Las artes
plásticas han llegado como mucho a los carteles de propaganda y la
música a las marchas militares; el cine, con su peligrosa eficiencia en
temas propagandísticos, ha puesto en peligro el destino de miles de
personas. Me parece demasiado fácil negarles sin más a estas películas
su carácter artístico, señalándolas como meros desvaríos. No se puede
negar a cineastas como Riefenstahl o Eisenstein su alta capacidad
estética.
He hablado antes de mis sensaciones ante las Pinturas negras de Goya.
Hasta ese momento nunca había estado confrontado con el efecto tan
directamente físico de un cuadro y creo que también para la mayoría de
las personas la manera de recibir el arte acontece generalmente de una
forma más contemplativa.
El cine, en cambio, es un medio de avasallamiento. Ha heredado las
estrategias efectistas de todas las formas artísticas que existían antes
que él y las usa eficazmente. Todos conocemos el efecto de los cuadros
de tamaño sobrenatural y los tonos sobre nuestra pulsación y nuestro
bienestar general. En eso radica la fuerza del cine y su peligro.
Ninguna forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente
al receptor en la víctima manipulada de su creador como el cine. Este
poder requiere responsabilidad. ¿Quién asume esta responsabilidad?
¿Surge la fundada desconfianza de aceptar el cine como forma artística
de esta responsabilidad tan frecuentemente no asumida? ¿La manipulación
no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad y el
respeto ante el tú del receptor una condición básica para poder hablar
de arte en general?
Quiero huir de definir los requisitos para el arte o incluso de querer
limitar sus fronteras. Pero pienso que, además de la correspondencia
entre contenido y forma, indispensable para cualquier arte, la capacidad
de diálogo es y tiene que ser una característica igualmente
indispensable de la producción artística, el respeto ante la autonomía
del otro. Un autor que no toma en serio a su socio, el receptor, de la
misma forma en que él mismo quiere ser tomado, no tiene un interés real
en el diálogo.
Demasiadas veces el cine ha traicionado esa regla básica interhumana,
que precisamente es también una regla básica de la producción artística.
La manipulación sirve para muchos fines, no solo políticos. También
atontando a la gente uno se puede hacer rico.
Pero si, como en esta ocasión, se quiere honrar al cine en la categoría
de las Artes a través de este Premio tan reconocido y, por lo tanto,
ennoblecer una forma artística, pienso que es oportuno recordar estas
condiciones.
También en nombre de mis colegas, les doy las gracias de todo corazón.
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