En la actuación debo mandarme en estado de pureza para entrar, como
dice Hopkins, “absolutamente en blanco”. Pero, al segundo, no debo estar
más en blanco y ver qué pasa. La actuación me mandará a algo para
recuperar la potencia ingenua de los datos.
Cuando empiezo a
actuar (el proceso de mis pensamientos, percepciones y emociones
personales, pasa a un segundo plano), me cambia de tal modo el ritmo
cardíaco que, si esta alteración la tuviese fuera de la escena, llamaría
a un médico. Cambia la percepción, se ven otros colores, se percibe
otra sensación del tiempo (lo que duró treinta minutos me parecen tres y
también a la inversa), se tiene una percepción del otro distinta de la
que se tendría en la vida social. En una improvisación es frecuente
descubrir aspectos secretos de la otra persona: percibimos del otro
ciertos sucesos que le acontecieron en su vida social (que fuera de la
escena no se descubrirían ni remotamente).
Vista desde el actor,
la actuación no es un “como si”, es acción pura. Por supuesto que no hay
un arma real, pero el actor no se dice: “Hago como que disparo” sino
que “dispara”. De modo que el actor no se dice: “Esto es como si”, entra
en otro sistema: “Todo lo que acontece, es”.
Alberto Ure, Ponete el antifaz
libro completo para descargar:
http://docs.wixstatic.com/ugd/22f6bf_a9f411ca46994e3c9756d9634924d590.pdf
imagen: Sebastian Bieniek
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