En su amor por el teatro -porque es preciso recordar que usted ha
vivido la vida de compañía de teatro, en medio de comediantes y de
técnicos-, ¿es que no hay amor por lo colectivo, por una comunidad, por
un conjunto? ¿No es el teatro portador de un amor que dependería del
orden de la fraternidad?
Sí, ese amor existe, ¡por supuesto! El teatro es lo colectivo, es la
forma estética de la fraternidad. Es por ello que yo sostendría que, en
ese sentido, hay algo de comunista en cualquier teatro. Y entiendo aquí
por “comunista” todo devenir que haga prevalecer el en-común sobre el
egoísmo, la obra colectiva sobre el interés privado. Dicho sea de paso,
el amor es comunista en este sentido, si se admite, como yo, que el
verdadero sujeto de un amor es el devenir de la pareja y no la
satisfacción de los individuos que la componen. Otra, una más,
definición posible del amor: ¡el comunismo mínimo! Por volver al teatro,
lo que me asombra es hasta qué punto la comunidad de una gira teatral
es precaria. Pienso en esos momentos totalmente singulares,
desgarradores, en que la comunidad se deshace: se ha hecho una gira, se
ha vivido en conjunto durante un mes y medio y después, en un momento
dado, uno se separa. El teatro es, igualmente, esta prueba de la
separación. Hay una gran melancolía en esos momentos en que la
fraternidad en el acto de interpretar y sus entornos se deshace. “Tomá
mi número. Llamame sin falta ¿eh?”: todos conocemos ese rito.
Pero no se llamará, o no verdaderamente. Es el fin, uno se separa. Ahora
bien, la cuestión de la separación es tan importante en el amor que
casi se puede definir el amor como una exitosa lucha contra la
separación. La comunidad amorosa es también precaria, y para mantenerla y
desplegarla es necesario mucho más que un número de teléfono.
Alain Badiou
Elogio del amor
imagen: Antonio Lee
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