Étiemble sostiene que el placer poético acaso sea de origen fisiológico.
Y más exactamente: muscular y respiratorio. Para justificar su
afirmación subraya que la medida del alejandrino francés —el tiempo que
tardamos en pronunciarlo— coincide con el ritmo de la respiración. Otro
tanto ocurre con el endecasílabo español y con el italiano. No explica
Étiemble, sin embargo, cómo y por qué también nos producen placer versos
de medidas más cortas o más largas. Durante muchos siglos el octosílabo
fue el verso nacional español, y todavía después de la reforma de
Garcilaso, las ocho sílabas del romance siguen siendo recurso constante
de poetas de nuestra lengua. ¿Puede negarse el placer con que escuchamos
y decimos nuestro viejo octosílabo?; ¿y los largos versos de Whitman?;
¿y el verso blanco de los isabelinos? La medida parece más bien depender
del ritmo del lenguaje común —esto es, de la música de la conversación,
según ha mostrado Eliot en un ensayo muy conocido— que de la
fisiología. La medida del verso se encuentra ya en germen en la de la
frase. El ritmo verbal es histórico y la velocidad, lentitud o
tonalidades que adquiere el idioma en este o aquel momento, en esta o
aquella boca, tienden a cristalizar luego en el ritmo poético. El «ritmo
de la época» es algo más que una expresión figurada y podría hacerse
una suerte de historia de cada nación —y de cada hombre— a partir de su
ritmo vital. Ese ritmo —el tiempo de la acción, del pensamiento y de la
vida social— es también y sobre todo ritmo verbal.
La velocidad vertiginosa y alada de Lope de Vega se convierte en
Calderón en majestuoso, enfático paseo por el idioma; la poesía de
Huidobro es una serie de disparos verbales, según conviene a su
temperamento y al de la generación de la primera posguerra, que acababa
de descubrir la velocidad mecánica; el ritmo del verso de César Vallejo
procede del lenguaje peruano... El placer poético es placer verbal y
está fundado en el idioma de una época, una generación y una comunidad.
No niego que existe una relación indudable entre la respiración y el
verso: todo hecho espiritual es también físico, Pero esa relación no es
la única ni la determinante, pues de serlo realmente sólo habría versos
de una misma medida en todos los idiomas. Todos sabemos que mientras los
japoneses no practican sino los metros cortos —cinco y siete sílabas—,
árabes y hebreos prefieren los largos. Recitar versos es un ejercicio
respiratorio, pero es un ejercicio que no termina en sí mismo. Respirar
bien, plena, profundamente, no es sólo una práctica de higiene ni un
deporte, sino una manera de unirnos al mundo y participar en el ritmo
universal. Recitar versos es como danzar con el movimiento general de
nuestro cuerpo y de la naturaleza. El principio de analogía o
correspondencia desempeña aquí una función decisiva. Recitar fue —y
sigue siendo— un rito.
Aspiramos y respiramos el mundo, con el mundo, en un acto que es
ejercicio respiratorio, ritmo, imagen y sentido en unidad inseparable.
Respirar es un acto poético porque es un acto de comunión. En ella, y no
en la fisiología, reside lo que Étiemble llama «el placer poético».
El mismo crítico señala que para André Spire —teórico del verso libre
francés— el placer poético se reduce a una suerte de gimnasia, en la que
intervienen los labios, la lengua y otros músculos de la boca y la
garganta.
Según esta ingeniosa doctrina, cada idioma exige para ser hablado una
serie de movimientos musculares. Los versos nos producen placer porque
provocan y suscitan movimientos agradables de los músculos. Esto explica
que ciertos versos «suenan bien» mientras que otros, con el mismo
número de sílabas, no «suenan»; para que el verso sea hermoso las
palabras deben estar colocadas en la frase de tal manera que sea fácil
el esfuerzo que requiere su pronunciación. Como en el caso del corredor
de obstáculos, el recitador salta de palabra en palabra y el placer que
se extrae de esta carrera, hecha de vueltas y saltos en un laberinto que
irrita y adula los sentidos, no es de género distinto al del luchador o
al del nadador. Todo lo dicho antes sobre la poesía como respiración es
aplicable a estas ideas: el ritmo no es sonido aislado, ni mera
significación, ni placer muscular sino todo junto, en unidad
indisoluble.
Octavio Paz, en El arco y la lira
imágenes: Olivia Bee, Eugenia Loli, Fernanda Laguna
fuente: Biblioteca Ignoria
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