Pero aunque para la mayoría de la humanidad la cosa no estuviese clara
-ni siquiera para los tecnócratas-, sí lo estaba para él. Comprendía el
intento diabólico general, por lo menos, aunque perpetuamente se lo
hicieran olvidar. Hacía mucho tiempo que De Gaula había entendido eso
que los negadores del cuerpo siempre trataron que los hombres ignorasen:
la piel es el más sagrado de todos los kimonos; la piel humana es la piedra filosofal. Con ella -y sólo por su intermedio- la criatura terrenal se integra al Universo.
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